Esta frase exclusiva de mi madre definía siempre sus estados emocionales cuando algo le afectaba profundamente. Hoy, sin duda, a la vista de la tragedia de Galícia la pronunciaría varias veces.
Las vidas deshechas de tantas personas en un instante son una descomunal bofetada en el alma que nos pone en el punto justo de nuestra fragilidad y nos recuerda la poderosa oscuridad del azar. Lo impensable ocurre. Lo indeseado nos acecha. Lo trágico comparece y existe.
Pienso en las víctimas el minuto antes del descarrilamiento pensando y hablando de sus cosas, conversando entre ellas, poniendo mensajes por teléfono en su anunciada cercanía y previviendo los alegres encuentros que esperaban. De un tajo cruel e imprevisto el destino cortó todos los planes. La mala suerte está también siempre de guardia.
Para nosotros, los no afectados directamente, será un capítulo de difícil olvido. Para ellos definitivo. O por la muerte o por la secuelas de quienes se han ido.
"A mí también me llora el corazón".
En este mundo veloz que hemos inventado desdeñamos el infortunio como si nunca fuera a ser el nuestro.
De poco valen mis palabras pero un fuerte abrazo a los más tristes.