Por un día los políticos de todos los partidos arrimaron el hombro, obraron con sensatez, respetaron al contrincante, sumaron sentimientos y mostraron compostura.
Lástima que para ello tuviera que descarrilar un tren con la tragedia que nos nubla a todos desde ese momento.
Debajo de mi aparente piel de rebelde combatiente hay un ingenuo tierno y utópico que nunca ha entendido la pelea permanente en la que viven los que dicen representarnos. Pelea de intereses, de vanidades, de parcelas de poder y no negaré que en algún caso de principios. Pelea desabrida en público que llega a desanimar a quienes la ven y la escuchan al punto de desentenderse de ellos.
Quizás por eso aparece más mi rebelde que mi tierno.
Creo que hay un buen puñado de asuntos de eso que llaman "interés general" que admiten muy pocas variantes si se aplica el sentido común, la bondad y algo de talento. Pienso, incluso, que en su fuero interno esas personas pueden estar de acuerdo en el fondo de muchas cuestiones. Pero no lo muestran. La ceguera y la militancia, que a veces son lo mismo, les impiden darnos un poco de paz.
Si a eso le añadimos la dosis de corrupción que comprobamos ya tenemos la foto de la sociedad oficial de hoy.
Y todos los días nadie queremos que descarrile un tren.